Me llegó otro tipo de memoria
Cuando abrí el folder de "Grabaciones de Voz"
Recordé que hace mucho había hecho una para mí
Hace un año, cuando cuidaba a su perro, a Murphy,
una cruza de labrador negro con terrier, de cuatro años
grabé un mensaje para mí futura yo.
Estaba soleado el día, pero hacía viento frío
Así son los primeros dias de primavera en Dallas.
No recuerdo bien qué llevaba puesto. Pero recuerdo traer sobre los hombros una chamarra negra muy mona que había conseguido en una tienda de segunda mano.
Hasta el día de hoy la uso en días frescos.
Recuerdo que esa vez fue diferente porque tenía ganas de quitarme los sentimientos que por meses me habían traído tanta tristeza y conflicto:
Estaba cansada de sentir por alguien y que nadie sintiera por mi
Entonces, durante la caminata rutinaria con Murphy, decidí quitar la música en el teléfono para volverlo mi grabadora.
El punto rojo en la pantalla prendiendo y apagando de manera intermitente, esperando mi valentía.
No recuerdo ninguna palabra exactamente. Pero recuerdo caminar a paso firme por la pista de correr solitaria donde a Murphy le gustaba ahuyentar palomas.
El viento me quemaba los labios, y enfriaba las fibras de mi cabello suelto.
Tenía mis lentes de sol sobre los ojos, porque aún así el sol me daba en la cara entera. Era una sensación compleja; frío y calor al mismo tiempo. Tan parecidos a veces que confundía donde sentía cuál.
Recuerdo comenzar a hablar mientras los segundos corrían en la grabadora de voz. Al inicio recuerdo sentirme extraña hablándole a mi celular mientras caminaba sola con el perro. Temía que un transeúnte del vecindario me escuchara y pensara que estaba loca, yo sola hablándome a mi misma mientras sostenía el teléfono cerca de mi boca.
Después de aproximadamente siete minutos divagando en voz alta, recuerdo comenzar a llorar bajo las gafas.
Las sombras sobre mis ojos no dejarían a otros ver cuando se pusieran rojos. Pero sí se verían las lágrimas en mis mejillas.
Murphy no sabía nada. Sólo olía entre plantas y orinaba de vez en cuando. También me sentí rara al imaginar qué pensaría él de mi si supiera que estaba llorando a su dueño. "Amiga, date cuenta" me diría, acomodándose para defecar, para luego enterrar su regalo con las patas traseras.
O quizá diría, "No te merece. Fuiste tu quien me enseñó a sentarme con disciplina durante meses. Él a veces lo olvida. Claramente tú eres su mejor partido. Olvidalo."
Ó en el peor de los casos me hubiese señalado, "No le convienes. Él tiene su vida hecha y a veces tú olvidas traer tu propia comida al trabajo. Eres tonta al aferrarte." Y me vería con sus ojos color miel con cierta antipatía, caminando enfrente de mí, jalando la correa, y echando la cara hacia atrás para poder dirigirme esa mirada tan seria que siempre tenía.
Pero Murphy al ser cachorro, nada más se enfocaba en lamerme la mano sólo después de acariciarlo. Además, era obvio que nos quería a los dos de maneras distintas. Quizá su observación sería más objetiva si hubiese podido preguntarle. También cabía la posibilidad de que le valiera madre por igual.
Lo que también recuerdo es sentirme en paz después de haber hecho la grabación. Era como si me hubiese quitado un velo gris de los ojos y ahora pudiera verlo todo más claro. Era momento de dejar de perseguir el amor de alguien que necesitaba amarse a sí mismo primero... o que necesitaba amar a alguien más que no fuera yo.
Era momento de tragarme toda esa energía y dejar de dársela a él, y eventualmente con mucho cariño dedicármela a mí. Era momento de dejar de olvidar ponerme chapstick durante días ventosos, y recordar lavarme diario la cara para evitar el acné. Era momento de dejar de escribirle odas a quien nunca las iba a leer y de escribir mis propias canciones otra vez.
Ese era el mensaje principal de mi grabación de veintitantos minutos en mi celular.
Después de ese día olvidé la grabación. La situación entre el dueño de Murphy y yo se había terminado. Poco a poco había aprendido a no ilusionarme más. Meses después llegó el momento de despedirme de ambos, del dueño y de Murphy y recordar que el humano me veía como una colega, una ayudante que le ayudaría a catapultar su carrera... o su fuerza espiritual.
Y olvidé la grabación por completo.
Era ya julio. Un dia muy caluroso de tantos. Asi es el verano en Dallas, húmedo y caliente.
Estaba sentada sobre una silla en un parque, viendo a Sofía empujarse sola en los columpios. Esa niña me daba mucha alegría. Decía que yo era su hermana mayor y me abrazaba cuando menos me lo esperaba. Bailaba canciones de TaylorSwift sobre mi cama en días tristes. Y me invitaba a ayudarle a cocinar pizzas en el horno de su mamá. Todo un paquetito lleno de amor.
Al igual que hoy, ese día busqué cualquier cosa entre los folders de mi celular y la encontré. La grabación.
Sólo logré escuchar diez segundos de ella. No pude continuar. El dolor en mi voz, como un fantasma del pasado, fría y vacía, me hizo detenerme. Sin pensarlo dos veces la borré.
Me sentí liberada. Era para mí una señal de que mi propia sanación del corazón estaba cicatrizando.
Hoy el recordar aquella grabación, los pocos segundos con mi voz semi-aguda pidiéndome perdón, me entristece un poco.
Pensar en todo lo que hice por alguien que no lo vería como amor romántico, sino como un trabajo, o como un cariño fraternal, me había arrebatado noches de buen sueño y días de buenos recuerdos.
Pero tampoco le culpo. Lo que él estaba viviendo también lo cegaba al mismo tiempo.
Era ya julio. Un dia muy caluroso de tantos. Asi es el verano en Dallas, húmedo y caliente.
Estaba sentada sobre una silla en un parque, viendo a Sofía empujarse sola en los columpios. Esa niña me daba mucha alegría. Decía que yo era su hermana mayor y me abrazaba cuando menos me lo esperaba. Bailaba canciones de TaylorSwift sobre mi cama en días tristes. Y me invitaba a ayudarle a cocinar pizzas en el horno de su mamá. Todo un paquetito lleno de amor.
Al igual que hoy, ese día busqué cualquier cosa entre los folders de mi celular y la encontré. La grabación.
Sólo logré escuchar diez segundos de ella. No pude continuar. El dolor en mi voz, como un fantasma del pasado, fría y vacía, me hizo detenerme. Sin pensarlo dos veces la borré.
Me sentí liberada. Era para mí una señal de que mi propia sanación del corazón estaba cicatrizando.
Hoy el recordar aquella grabación, los pocos segundos con mi voz semi-aguda pidiéndome perdón, me entristece un poco.
Pensar en todo lo que hice por alguien que no lo vería como amor romántico, sino como un trabajo, o como un cariño fraternal, me había arrebatado noches de buen sueño y días de buenos recuerdos.
Pero tampoco le culpo. Lo que él estaba viviendo también lo cegaba al mismo tiempo.
Tampoco lo lamento y no me arrepiento, porque ahora sé que soy capaz de darlo todo. Y también sé que soy capaz de salirme de un círculo vicioso envenenado.
Ahora sé que no es justo para mí alma dedicarle mi vida a solamente una persona, especialmente si esa persona no soy sólo yo.
Y a pesar de que quizá nunca sabré con certeza pura lo que me dije a mi misma en esa tarde de frío y calor, hoy sé que el mensaje se quedó conmigo, en algún espacio en el desván de mi memoria y que lo seguiré al pie de la letra.