Ni siquiera sabes cómo empezar, ¿cierto? Te dices que quieres contarlo para que se te olvide, como cuando le contabas tus pesadillas a tu abuela y entonces olvidabas lo que habías soñado anoche. Pero sabes que de todos modos esa trágica escena no va a irse de tu mente en quizá algunos días, seguirás con el trauma. Sabes que es normal estar traumado por cosas así, pero temes que te vuelvas un ser humano paranoico.
La sangre era algo que lograbas aguantar por el hospital en el que trabajas. Eres una buena enfermera, sabes atender urgencias; desde un rodilla abierta hasta un hombro dislocado, ahora te dedicas a abrirles el vientre a las mujeres entusiasmadas y al mismo tiempo asustadas por la nueva vida que están pariendo.
Pero esta mañana la sangre fue tu enemiga por completo. La cara destrozada de aquella dama entre las vías del tren...
Pero cuéntamelo desde el inicio:
Bien, sí. Sí sé que habías salido de trabajar de la jornada nocturna y que por ello, en la mañana... ¿A qué hora? Ah, sí, a las nueve y media, ya te encontrabas bajando las escaleras hacia el metro.
Ajá, ibas maquilando los planes del día entero. Imaginabas las cosas que harías de comer para tu familia. Cómo tus hijos te ayudarían a poner la mesa para que todos pudieran alimentarse con tus platillos deliciosos. Cómo luego de eso y de lavarse los dientes, todos se sentarían en la tarde a pensar qué película verían en la noche, porque la cartelera del cine estaba muy interesante ese día. Sí, sí...
Todo eso lo imaginaste mientras pasabas los torniquetes, subías de nuevo escaleras y caminabas para el lado de las mujeres en el andén del metro... Perdón ¿Qué estación era?, ¿No lo recuerdas o no quieres recordarlo?... Já. Bueno, da igual. De todos modos la historia no cambiaría ahora que comencé a escribirla para que tu mente no te juegue bromas después. De acuerdo.
Entonces... Decidiste marcar a tu casa. Por suerte todavía tenía recepción el celular. Hablaste un rato con tu hijo y le comentaste tus planes. Él estuvo de acuerdo contigo y te comentó de la película que él quería ver en el cine. Te contó que trataba de asesinatos y cosas sin resolver, como los libros de detectives que les leías a todos cuando eran más chicos. Te alegraste un poco porque él recordó eso y tú sólo comentaste que tenían qué hablar de eso después de la comida. Él volvió a estar de acuerdo y después de una cálida despedida colgaron.
Pensabas sentarte en uno de esos lugares individuales dentro del vagón para poder ir calmada. El trabajo había estado pesado anoche; tres cesáreas y dos partos naturales. Qué friega, pensaste entonces. Dos gritos agresivos captaron tu atención: un hombre y su mujer discutían entre la muchedumbre, que por cierto, no era mucha. "Mucha muchedumbre", já.
Decidiste entonces ignorar los gritos, las ofensas, incluso había promesas entre líneas. Porque la histeria urbana te estaba volando el cerebro desde el primer momento en el que naciste ahí.
Te alejaste un poco para que el sonido de aquellos, pareja nerviosa, se disipara sólo un poco.
Seguías en tu mundo, cuando de repente viste a aquél gran monstruo anaranjado acercarse al andén. El metro llegaba al fin. La salvación a tus pies y cansancio había llegado. Suspiraste aliviada, por fin te sentarías hasta llegar la estación cercana a tu casa. Esperabas con ansias entrar y dirigirte, incesante, a tu habitación y recostarte unos cinco minutos.
Entonces, todo se tensó cuando la esposa gritó cual mujer horrorizada en una película thriller, cuando al tiempo que volteabas ya no veías más que gente asustada y el metro se había parado con tal enfrenón que los pasajeros también se mostraron curiosos. Más gritos de mujeres acompañaron el eco de la voz aterrorizada de aquella señora. Aquella dama que yacía deshecha entre las vías del tren.
No supiste qué hacer. Tu labor como enfermera lo olvidaste en esos minutos. Los minutos que te hicieron querer desaparecer de la faz de la tierra. Si fueras tan valiente como la señora también te habrías aventado a un segundo metro, quizá en otra estación, quizá en otra línea. Porque de nuevo el estrés te llenaba la cabeza y tus ojos salieron de sus órbitas por la presión que sentías.
Te enojaste mucho al saber que no pudiste salvar una vida, siendo que eras especialista en esas cosas. Al menos lograbas hacerlo dentro de un hospital. Al menos tenías manos que sanaban ahí, en tu trabajo. Pero ¿de qué servía eso si no pudiste evitar ese accidente?
1 comentario:
Me estoy imaginando la batalla en la que pusiste a la enfermera...
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