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3 jul 2012

Somos milagros.

No creía en los milagros. La magia se fue de mi cabeza hace tiempo, dejé de creer en lo divino hace años, simplemente dejé de creer. Comencé a buscarme explicaciones físicas y coherentes ante todo, ni siquiera me atrevía a abrir la mente ante la Biblia o lo que dictaba la iglesia. Y sigo sin hacerlo, no me gusta que me impogan ideas y eso es lo que la sociedad hace, así que automáticamente lo rechazo de inmediato, como si me dieran un jarabe para la tos y yo lo escupiera al suelo.
 No creía en los milagros tampoco. Y la verdad, los milagros no tienen que ver solamente con un Dios, o con cuentos del Antiguo testamento o el Nuevo. Sólo no creía en los milagros.

 En esos sucesos de los que todos se asombran al ser logrados cuando todos saben que son imposibles siempre.
 Pero entonces me puse a pensar; ¿de dónde vengo?

¿DE DONDE VENGO?

 Los conocimientos que he adquirido a lo largo de mi vida, me dicen que vengo de una serie de células que se reproducieron durante nueve meses en el vientre de una hembra de mi especie, que dichas células al inicio eran sólo una llamada cigoto, que el cigoto se formó de la fusión entre otra célula antes de él llamado óvulo y un espermatozoide (éste venía el macho de mi especie), que el espermatozoide que le ayudó al óvulo luchó, celularmente, contra otros muchos espermatozoides y que al final éste fue quien obtuvo el reconocimiento de ganador. Pero a mí me gusta reconocerlo como un milagro.

 Un milagro porque, de alguna manera, ¿cuáles eran las probabilidades de que aquella célula con un flagelo al final ganara? Porque aquella célula mocroscópica contenía parte de mi ADN, o sea de lo que soy el día de hoy. ¿Y si aquella célula hubiera perdido la batalla y otra con otro tipo de ADN ganaba? ¿Y si todos perdían y yo no era concebida como lo que soy? ¿Y se se concebía otro ser y yo no existía?

 Aunque esto me ha tomado poco tiempo de escribir, siendo honesta, me tomó más tiempo reflexionarlo; soy un milagro. Y no porque un Dios en un paraíso que nadie vivo ha visto hubiera querido, fue simple magia, simple biología.

 Así que antes de querer quitarnos la vida a mitad de camino (o antes), pensemos que somos el procesos arduo de cientos de células trabajando, que somos el milagro del que nuestros padres están orgullosos. Somos milagros porque, a pesar de las ideas tristes que tenemos de nosotros mismos, logramos salir adelante sin siquiera poseer un cerebro.